Pensar que el mundo nos parecía
tan grande.
Éramos tan lindos.
La luz brillaba en nuestra mirada.
Y a pesar de nuestra soledad
y nuestro misterio,
nos amábamos,
cuando caminábamos esos largos pasillos
que conocías tan bien
o cuando dábamos esos paseos
a media tarde,
no había quién nos pusiera
una mirada encima.
Éramos el paisaje y nosotros.
Yo, tú.
Tú, yo.
Es que éramos el árbol.
Éramos la calle y la tarde.
Una pareja caminando
y las hojas cayendo
como dorados racimos de palabras.
Pero tú, no te atrevías
a reconocer que me querías,
que morías por decirme
que te abrazara muy fuerte
y que te dijera muchas promesas
al oído;
pero cuando te escuchaba
detenidamente,
con esa voz inolvidable,
fuerte y cortante
como un acero de dos filos
me daba cuenta de que el mundo giraba alrededor de ti.
Sepultabas todo con lo que
harías mañana
y pasado mañana;
y hablabas de los viajes
que emprenderías
y la gente que conocerías.
Así querías convencerme siempre
del éxito de tus planes.
Yo, entonces,
en ese misterioso silencio
lleno de voces y palabras,
no podía prometer nada,
porque era tímido
y sólo quería en esos momentos
una novia
para cantarle a sus ojos café claro,
para hacer de sus canciones mi patria,
para juguetear con su cabello.
Lo cierto es que sentías miedo
y a mí me dolía tanto la vida.
Tenías miedo, miedo del mañana,
de mí, de mi destino.
Pero yo, desde antes de nacer
ya tenía la daga
trazando una cruz en mi frente.
Se podía oler el fracaso en mi mirada.
El fracaso de no decirlo,
de no hacerlo,
de no escribir estas canciones…
Y sin embargo la flecha
ya estaba en el abismo.
Yo… fui fuerte:
A Neruda nunca le respondieron
sus canciones,
qué podría esperar yo,
un simple muchacho…
Era un solitario. Con poco mundo.
Y con unas canciones que tal vez
nunca escribiría.
Finalmente algo pasó
en tu duro corazón
y me ofreciste tu amistad.
Y cuando apoyabas tus manos
en mis brazos
Y me pedías ayuda
el mundo se tornaba calmo
y una cruz azul caía lenta
como un signo de confianza
y de cariño.
En ese instante, el tiempo se detenía
y mi corazón también.
Y entonces soñábamos en nosotros.
Se nos adivinaba en la mirada.
Creía que me necesitabas,
y hubiera querido pedirte,
en esos momentos,
que me besaras,
pero yo nunca lo hice.
Ahora que todo ha cambiado,
y que te convertiste
en lo que soñaste ser;
y yo –me da pena decírtelo– fracasé;
lo tengo que reconocer,
pues siempre fuimos
solamente amigos…
ahora ya no estás tú
para cantar estas canciones.
Son canciones del árbol, de la calle,
de la pareja caminando.
Sólo eso, canciones.
Cómo banderas de olvido:
canciones.

Bonita canción de amor…
Me gustaMe gusta