Erase una vez…
La historia de un niño que se llamaba Dudu.
Andaba caminando un día por el sendero, jugando a hacer rebotar sobre la superficie del río unas piedras, cuando un objeto luminoso le llamó la atención entre los chopos. Se acercó hasta éstos para verlo mejor y observó que era un anillo precioso.
-¡Qué bonito! -exclamo Dudu. Lo recogió entre sus manos y, ¡cuál fue su sorpresa!, cuando el anillo empezó a cambiar de color: Rojo, verde, azul, lila… Todos los colores del arco iris. De pronto pasaba de ser dorado como el oro a rojo como una rosa. Y así, en cada segundo, era de un color distinto.
Dudu entornó los ojos y se dio cuenta de que había algo grabado en el anillo. Se lo acercó intrigado para leerlo y había inscrito: El anillo camaleón.
-¡Qué guay! -dijo entusiasmado Dudu- ¡qué interesante! Y se lo puso enseguida en el dedo.
Continuó caminando hacia su casa mientras pensaba en el lindo anillo, en los bellos colores que irradiaba al darle la luz del sol a través de las hojas de los árboles.
Mientras bebía agua en la fuente del arroyo, pensó: Me gustaría ser como los niños mayores, que pueden hacer de todo. Y, de repente, un hada envuelta en purpurina le convirtió en un chico joven de veinte años. Se miró los brazos, grandes y fuertes, y quedo entusiasmado:
-Soy mayor -gritaba mirándose el cuerpo- Puedo hacer lo que quiera.
Muy contento, lo primero que hizo fue correr hacia su casa para contárselo a su familia. Daba saltos y parecía que volaba con unas piernas musculosas.
Pero, al llegar a su casa, cuál fue su sorpresa, cuando sus padres, asustados al no reconocerlo, le echaron a patadas de allí creyendo que era un ladrón y con el cuerpo lleno de moratones.
Dudu, entonces, se fue hasta el pedrusco del rodeno llorando y se sentó bajo su árbol favorito. No podía quitarse el anillo y estaba muy dolorido.
Dudu quedó pensativo mirando al horizonte. No sabía qué hacer. Pero en ese momento, una carroza preciosa impulsada por dos corceles de crines plateadas atravesaba el pasaje a gran velocidad. Era el carruaje del rey Damián protegido por sus soldados.
-Un hombre apuesto, elegante, rico y poderoso. Así me gustaría ser, como el rey– se dijo Dudu asombrado. Y, en ese instante, el hada de purpurina le transformó en el rey Damián.
La brisa soplaba en su rostro, al tiempo que contemplaba todo el paisaje verde donde había nacido y crecido como un sueño hecho realidad. Mientras dos bellas damiselas le engalanaban y perfumaban dentro de la carroza.
-¡Sí, guapo! Lo que usted guste, mi señor -decían ellas, mientras bajaban el puente levadizo los soldados haciéndole una reverencia. Dudu estaba encantado.
Esa noche, en el fabuloso castillo, Dudu comió y bebió todo lo que quiso. Probó comidas exóticas y degustó alimentos que jamás en su vida había probado. Bailó con mujeres muy guapas en los jardines del palacio. Se reía con los bufones y sus graciosos animales. Había koalas, osos panda y toda clase de animalitos lindos. Y todo el mundo hacía lo que Dudu les decía: Quiero esto… Ahora quiero aquello…
Cuando se cansó de dar órdenes, Dudu se acercó hasta un enorme estanque lleno de cisnes y miró hacia la luna. Mientras el frescor de la noche le acariciaba la cara, un soldado encapuchado saltó desde detrás de una estatua y fue hacia él empuñando una enorme espada.
Recordó que uno de sus sirvientes le había dicho que tuviera cuidado con el duque Fernando. Pero ya era demasiado tarde. Dudu se encontraba solo mientras la espada del duque rozaba su cuello. En ese instante, el anillo camaleón brillo de nuevo y el hada le susurró a Dudu en el oído:
-Dudu, elige, este es el último deseo, luego el anillo camaleón desaparecerá para siempre.
Y, sin dudarlo un segundo, Dudu dijo: Quiero volver a ser niño, como antes.
Eduardo Ramírez Moyano.