Me encontraba resacoso de pentanol en uno de los habitáculos dobles del sector 4, piso tercero, en el interior de La Rosa de Venus. Era un diseño japonés, pequeño y útil, suficiente para pasar una noche al resguardo de la intemperie y, si se poseían los mini créditos necesarios, tener acceso a compañía femenina a un módico precio.
Mi cabeza reposando sobre su vientre luminiscente daban a la estancia un aspecto mágico y futurista; a veces, el amarillo de la luciérnaga se fundía con el neón azul que filtraban los cristales de la mampara, y el conjunto de brillos otorgaba a la morada un aspecto ciberpunk retro, imposible de describir.
Pero cuando te asomabas por la ventana y contemplabas a todos aquellos niños-bicho envueltos en su doble piel de látex, intentando pescar información, casi siempre en vano , te invadía una sensación de impotencia desquiciante, no éramos sino peleles jugando su juego, el de los poderosos, como hámsteres en un laberinto sin salida.
Por ello, cuando Alizze, mi lumi de esa noche, me susurró:
-Y tú, ¿has estado «arriba»?
Me quedé perplejo: ¿A qué se refería?, ¿serían verdad las habladurías del «ático»?
Debía descubrirlo cuanto antes.
Foto: Videojuego Cyberpunk 2077
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