“Tenemos que aprender a no asombrarnos
por habernos encontrado”
Julia Prilutzky Farny
Era una noche superficial, que no sabía a nada, ni a viento, ni a polvo, ni a lluvia, ni a nada… Y faltaba mucho para la madrugada.
Cada noche era lo mismo, a veces salada, amarga o destilada, pero nunca, nunca; desde hacía mucho tiempo, era ya una noche cerrada.
Cuando la noche no es noche ¡sabrá Dios que sea! porque tampoco es día, tampoco es alba, ni aurora, ni crepúsculo, ni alborada.
Y sin noche ¿qué puede hacer una bruja? No hay luna, no hay oscuridad, no hay tampoco magia. No existen palabras en ningún idioma que puedan afirmarla.
¿Cómo encontrar la noche, cómo regresar la magia, dónde se perdieron las palabras escritas en el libro de los hechizos? La bruja aprendía idiomas desesperada, leía manuales, libros, recetarios antiquísimos, hablaba con otras brujas ¡había que rescatarlas! Se supone que las brujas hacen magia, de hecho, ella solía hacer magia. Pero cierto día le pareció que ya no eran efectivos los conjuros que humeaban en su caldero. Y cuando buscó el motivo, clarito se dio cuenta que era porque ya no podía leer las recetas, que no sabía qué idioma, qué dialecto, qué lenguaje, qué código, qué criptograma era aquél que ante sus ojos se desplegaba.
Salió entonces al bosque a buscar una respuesta ¡Alguien tenía que ayudarla!
Tan necesario era que lo descubriera. Ya no comprendía del mundo si giraba para la izquierda o para la derecha, quizá se hallara detenido. Ya no entendía lo que le decían, quizá hubiera perdido el oído. Ya no sentía, no dormía, no comía, no bailaba, no trabajaba…y lo peor era que ya tampoco volaba.
Le preguntó al roble por ser el más fuerte.
Le preguntó a la semilla por ser la que tiene el origen.
Le preguntó al canto del grillo porque era el más alegre.
Le preguntó al búho, por ser el más sabio.
Le preguntó a la yerba, por representar a la mayoría.
Le preguntó, al fin, al silencio, que suele ser el más honesto.
Y todos sabían, pero todos callaban porque lo inefable no es cosa de poder explicarse y porque a cuál más de uno, en el tesasuro del caso suele perderse.
Y sucedió que una media noche, u otra noche a medias, como sea que fuera ya por tanta confusión, cuando el camino casi se tuerce para indicar el regreso y no se sabe si falta mucho o poco para que el fin aparezca, la bruja se topó en el camino con una gran piedra. Que tenía forma de piedra, que era dura como una piedra, que tenía forma de piedra y que tenía ese aspecto rugoso y áspero que tienen las piedras…
Y es que era una piedra. Pero partida en dos. Mitad fiera, mitad espíritu que abraza. Mitad pensamiento, mitad palabra. Mitad grito, mitad silencio. Mitad calma, mitad furia. Mitad maldad, mitad ternura.
Era una piedra partida en dos.
De ella emanaban colores brillantes, culpables de la luz de la noche que inundaban la tierra e incendiaban el aire y para cambiar el cielo a capricho en cada detalle. Era de su aliento la oscuridad y si la piedra callaba, nada, nada, se podía encontrar.
Era una piedra partida en dos que dibujaba raros personajes donde el pasado y el presente se confundían y desde donde todas las líneas, formas y figuras se unían.
De un lado de la piedra brotaban notas musicales, suaves y apasionadas, en polifonía. O emanaba sonidos discordes, como si llorara. Del otro lado la piedra derramaba palabras (en todos los idiomas, dialectos, lenguajes aprendidos o inventados, existentes y sin existir)… y quebranto. Es que era una piedra partida en dos.
Y la bruja que dudaba si detenerse o seguir, si analizar o enloquecer, si aceptar o rebelarse, se quedó extasiada con tanta prodigalidad de la piedra, petrificada sería la palabra, como si de la cabeza de Medusa se tratara.
La bruja se quedó con la piedra un largo rato. Se les vio y se les escuchó por todo el bosque. Música y colores, cuando era turno de la piedra; preguntas y retuerces si analizaba la bruja.
La piedra amó a la bruja. Y la bruja amó a la piedra con sus dos mitades.
Y de las dos mitades, se hicieron cuatro.
Piedra y bruja terremotos provocaron, las líneas entre el cielo y la tierra se borraron. Los mares en tsunamis se volcaron. La luna y el sol se transfiguraron. Se iluminó el día. Regresó la noche. Los árboles del bosque danzaron. Los calderos se derramaron… Música, versos y pasiones se desbordaron.
Y fueron…
La bruja aprendió de la piedra. La piedra fue feliz con la bruja. Hasta que por fin los Dioses terrenos, celestes e infernales se apaciguaron.
La magia en las yemas de los dedos a la bruja había regresado.
La piedra quedó en el bosque. El código que buscas, dijo al final, es el punto contrario de lo que ves, todo es blanco y es negro, o acaso sea gris; todo es blando o duro, pero también suave; todo es breve y eterno, y tan finito; todo es verdad y es mentira; y es bueno y es malo… porque todo en este mundo, partido a la mitad es.
La bruja volvió al caldero. O acaso sólo la mitad de la bruja haya regresado.
La piedra lleva de la bruja la forma para volverse ligera y poder volar.
La bruja lleva de la piedra el sendero.
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