Ahí estás, jorobado dromedario,
esperándome bajo el cafetero atardecer
para capturarte con mi armoniosa mirada.
Las efigies de hombres cobrizos se abren paso
como relámpagos en el cielo de gorros frigios
caen como monedas tintineantes al paso de los trabajadores
que salen de sus empeños diarios desde todos los puntos cardinales.
A tu alrededor, zumban los coches anunciando el caer la noche.
Como pirámide recuerdas el esfuerzo de trazar números arábigos
en las primeras lecciones escolares
al tiempo que resumes bases de nuestra cultura hispana.
Brazos de hombres insignes yacen en tus nichos,
entre espadas, fieras y poderosas letras de libertad y agricultura.
Pero hoy salúdame, dame un respiro amoroso, monumento beligerante
que hasta a ti llega el ramo de flores de mi bella mujer amada.
La ciudad con sus atardeceres arroja niños en la plaza
bañándose como carrizos musicales en tu danza de agua.
En un sueño encapsulado y atemporal evoco el oro de los maizales
que han alimentado nuestros pueblos.
En una sobria mesita del café mi compañera me espera,
ajena a los esforzados hombros y combates
que forjaron la también bella historia de esta tarde.

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