Viajamos por la ciudad imaginando que cruzamos un río inquieto.
Como en un juego de niños nos abrazamos
como árboles… para salvar los obstáculos de la tarde.
Así navegamos entre autos y edificios.
Discretamente tocas mi brazo y me vuelvo a ti.
Me vuelvo hacia ti alimentando mis ojos de cereal con tu mirada.
Pero soy apenas un bronce para tu bella juventud.
En tus caricias hay dulzor eterno,
pero soy un indio, y para acompletarla… verde,
Soy el indio inmóvil que si acaso se casará con las palomas
y estará mirando fijamente cómo se llenan las ramas
de flores y de frutos.
Soy un flotante indio en medio de la plaza.
Únicamente el zumo dulce picoteado de los pajarillos me alimenta.
Tal es mi profesión de Indio Verde y habito ciudades.
También recibo como alimento algunas mandarinas vespertinas
que embellecen nuestro ambiente…
ese en el que respiraremos hasta que el polvo viaje eternamente.

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