Morimos incendiarios de pieles, en el altar de la cópula vital, piel con piel, consumidos en nuestra esencia de fuego. Morimos en el placer que nos damos, inagotable, temiendo a la muerte. Morimos en la pavesa de nuestros deseos carnales, mirando tu infinito frente al mío. Morimos para dejarnos de habitar y respirar la vida entretejida entre los hilos de la eternidad, hijos de la incógnita de un dios célibe, celoso de nuestra lujuria.
Imagen: Morir en el fuego. Susana Argueta