De esta soledad que me oprime el alma,
he aprendido a callar, a llorar sin lágrimas.
De este sufrimiento que me está matando,
he sacado fuerzas, de mi propio engaño.
Pienso que no existe, cuando estoy
dormida, y sé que al despertar,
caeré rendida.
No son los fantasmas de mis propios males
los que me atormentan.
Es la soledad, de una puerta abierta,
ya presta a cerrar.
Esta piel marchita, grita por sus poros
y el alma me canta, todo lo que añoro.
Un cielo dorado, un mar con reflejos
y luna que peine, sus viejos cabellos
enredando en ellos las conchas de nácar,
con brillo de espejos, cerca de su cara.
Y al amanecer, mis propios agravios…
Salen de mi instinto, de animal herido,
yacente y cansado.
Presta a sucumbir a la tierra fértil,
como la raíz, desafía a la muerte.
Paquita Caparrós
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