No sé cuánto has llorado, la distancia no me permite ver tus ojos. Desearía poder abrazarte.

Me gustaría pensar que eres feliz, que haces aquello que deseas y que de tu boca aún emergen las palabras espontaneas que soltabas sin detenerte, porque así eras tú; desconocías los límites si de vivir se tratase.

¿Aún lloras de risa por los malos chistes? Es inevitable olvidar que la alegría te brotaba de todos lados.

Sé que te gusta lo perpetuo, pero lo efímero ama visitarte cada vez que puede, y eso te ha roto el alma más de una vez. Admiro como terminas construyéndote cada vez que pasa.

Lo breve que son tus historias; con pocos personajes, pero mucha emoción, casi parecen cuentos. Te embelesan el alma y el brillo de tus ojos le esclarece la vida a cualquiera.

Me encanta admirarte, es como ver el fuego arder, pero sin quemarte.

Con el paso del tiempo aprendiste a aceptar que lo que comienza se termina, y de forma indefinida se te ha roto el corazón de saberlo. Sabemos que no es porque las historias se acaban, si no del cómo se marchan los personajes.

Belleza indescriptible, los finales te tienen en vilo, pero te enseñaron a ser quién eres.

–Ana Saavedra.