
Se llama Neva.
Es blanca, peluda y suave…
por fuera.
Por dentro, puro carácter.
Su origen, desconocido.
La encontraron en la calle,
pequeña, sucia y aterida de frío.
Después, entró en nuestra casa
y ya nuestra vida quedó sujeta
a su existencia.
Su intensa mirada azul surtió su efecto.
Sus andares aristocráticos
y sus artísticas poses de modelo,
durante el día, cambiaban.
Al anochecer, sacaba la depredadora
que llevaba dentro. Lagartos, pájaros
y perenquenes caían bajo sus garras.
Tenía gran predilección por desafiar
a la gravedad, por lo que sus lugares preferidos
eran las tapias más altas de la casa,
donde dormitaba o vigilaba a los mirlos.
Hasta que un día, en un descuido, cayó…
cayó al vacío… Una cruel experiencia
para un ser tan delicado.
Meses de sufrimiento y mucho dolor.
Ahora ya está bien; pero solo puede observarnos
con la polifémica apariencia de su único ojo despierto.
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