
La última vez que me rompieron el corazón dolió tanto como la primera, pero, a diferencia de ello, esta vez me reservé el derecho de hacer ruido; no lloré ni mucho menos salí corriendo en busca de consuelo.
Papá y mamá ya lo intuían: papá me dio una palmada en el hombro y mamá un abrazo y un beso en la frente. Me hicieron saber que todo estaría bien. Luego, me dejaron a solas.
La última vez que me rompieron el corazón no quise evadir los recuerdos; por el contrario, analicé todo lo que había hecho para así poder encontrar el por qué de ese adiós.
Para mi buena o mala suerte, siempre terminé dándome cuenta de que el error en la relación no era yo; el error era estar con alguien que no sabía lo que quería en su vida, y que, de manera indirecta, pasó a joder un poco mi vida con su partida.
Y es que, cuando te vuelven a romper el corazón, además de pensar en el desmadre emocional que te están dejando, uno piensa en lo difícil que será juntar todas esas partes para reconstruirse de nuevo y volver a confiarle el corazón a alguien.
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