Aún recuerdo la noche en que derramaste tu manantial sobre mi sexo, embriagados de pasión animal, sustentados solamente por hileras de delfines holográficos, tragando licor azul y blanco liberado desde los ojos ardientes de tus pezones erizados.
Tu lluvia dorada en aquel instante me volvió loco, y galopé con mi potro hasta el fondo.
El cielo vaciló en estados imposibles y las estrellas cobraron una a una todos los colores del Universo. El día chupó la noche y ésta nos mojó también a nosotros, arrojando violines y orgasmos a la par, y medias yemas fosforescentes salieron de la mar, para rendir honor y memoria a nuestro polvo.
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