Conocí a alguien.

Normalmente le frustra que le hablen muy de cerca, y la estúpida sonrisa arrogante… parece a ver nacido con ella.

Le brillan los ojos cuando percibe algo que adora, y justamente después de unos días de toparme con su gloriosa torpeza descubrí que si tiene sentimientos. Fue como a ver descubierto la octava maravilla. Realmente así se sintió; como si descubrieras que en el sombrero del mago realmente si vive un conejo.

Es como una bolsa de hielo, a la que prefieres rodear para no toparte. Pero después de ver un pedacito de su alma querrás quedarte.

Es semejante con el arte; sientes demasiado al verle, ni siquiera te brotan palabras para describir lo que te hace sentir. Aún así, amas observarle, porque adoras las pequeñas cosas que poseen belleza inexplicable.

Suele hablar poco, y sonríe ante chistes que de gracia no tienen ni un solo pelo. Tiene el carisma tan suelto como sus agujetas a diario.

Cree comprender todo porque su arrogancia le cubre cada poro de la piel, y aunque su cara dice más que su boca cuando el desagrado toca su puerta, es imposible no notarle. Sabes que está ahí.

El cómo se acomoda el cabello cuando la tensión se eleva, y la pequeña mirada brillosa que posee para decirte que le gustas. No obstante, la manera de acercarse como si pretendiera robarte un poco el aire, acaba contigo.

Todo se vuelve un conjunto de montaña rusa con paradas donde te darán helado de diferentes sabores.

Se transforma en un vicio que deseas no alejar, para al final lograr entender que no solo te quedas a ver la función, si no que intentas descifrar al personaje.

—Yaretzy Elizalde.