Sin razón alguna me enamoré de una silueta vacía, de esas que, aunque sean muy oscuras y misteriosas parecen llenarte el corazón de flores, que, aunque las sonrisas se sientan reales sabes que el corazón arderá al final, y que el fuego dejará cenizas, pero estas serán arrasadas por un fuerte viento helado.

Me enamoré tanto que aún quemándome el cuerpo completo por que me amarás el miedo no existió. Lanzarme al vacío esperando que me sostuvieras fue el lindo principio de los finales tristes. Me encontré en ese punto donde ni siquiera las estrellas captaron mi atención, pues mi atención ya estaba puesta en ti, y conocer a quién será tu universo, hace de esa mezcla espontánea una droga de la cuál pareciera difícil escaparte. Lo quieres sentir siempre, te aferras tanto a ella que pareciera absurdo quererle olvidar.

Creamos ese silencio cómodo que fue acobíjate en las noches de invierno. No fue necesario decir mucho, ambos lo sabíamos, y eso, fue sentir el universo abrirse a nosotros por primera vez.

El chocolate caliente que pusiste en mis manos cuando el corazón se me congelaba, y la caricia en la mejilla cuando las lágrimas se me resbalaban. Simplemente hay cosas invisibles que no pasamos por alto nunca en la vida.

El amor nos vuelve un poco locos y torpes, un poco ciegos y orgullosos. Una combinación perfecta.

Cupido trata de entretenerse con juegos amorosos, pero no hay que culparle, somos tan culpables de enamorarnos de nuestros propios desastres. De ese tipo de desastres que te aceleran el corazón y te dibujan sonrisas, tanto que tus ojos brillan.

Es inevitable, siempre será inevitable no ser un experimento de cupido. No hay escapatoria dentro de este laberinto amoroso, porque una vez que entras, el alma se te conmociona una y otra vez.

¿Lo peor? No existe explicación del porqué el amor sucede, este solo no se detiene.

–Yaretzy Elizalde.