Cocinar en la vida se me da exquisito, es cómo una pequeña azaña que hago con los ojos cerrados. Amo cocinar de esta manera, se siente… Cómo si comenzará a vivir realmente.
Los errores me quedan deliciosos, mientras que mis decisiones son las cerezas de mis pasteles. Nunca enciendo las velas, siempre termino ardiendo por culpa de ellas, pero vamos, ¿Quién no ama arder en su propio fuego?
Conocieses mis manos; han cocinado las peores tragedias, que siempre traen consigo el arrepentimiento. Te sorprendería el sazón que poseo; con solo tocar con la punta de mis dedos el alimento se convierte en un enorme monstruo de tantos sabores que no comprenderías cuál es la mejor degustación.
¿Has visto el buen sabor de mi lío amoroso? Deberías probarlo, tiene precisamente los elementos adecuados de sal y azúcar. De dar esa mirada endulzante, envolvente. Te doy el platillo perfecto que sólo mis manos saben llevar a cabo.
La magia que me da el dejar a fuego lento el chocolate amargo. Mi favorito. El mismo sabor que poseen tus labios.
Desconocía cómo un sabor agridulce podía sentirse, y tu amor me ha dejado en claro lo que es estar sumergida en el valle de azúcar. Lamentablemente mi paladar siempre optaba por los sabores picantes, mordaces; esos que te hacían sentir un poco aturdido por la intensidad del sabor. Adoraba aturdirme con la fuerza apasionada de los sentimientos que despertabas.
Así era mi menú de cocina, tantas recetas de distintos sabores, demasiados condimentos de mal gusto, y los platillos fuertes que siempre me dejaban exhausta. Al final el único y diferente; chocolate amargo, era el único que al caer la noche, podía hacer estallar mi paladar. ¿Cómo algo con tanto dulce podía dejarme sin empalagar?
Bueno, siempre hay recetas secretas que no se deben compartir con nadie.
–Ana Yaretzy.
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