Cuando conocí el Paraíso de los ex-dioses que me transportó, si se puede decir así, al ex-finito, en el ático del club «La Rosa de Venus», todo lo que había vivido hasta entonces me pareció superfluo.
Allí sí que se jugaba duro. En lo que dura un cigarro, podías pasar de tener el mundo a tus pies a perder la vida. Algunos caían desmembrados sobre el pavimento violáceo y dos androides zeta se dedicaban a limpiar los restos y alfombrar de nuevo.
En mi primera incursión virtual, tuve la suerte de conocer a mi ex-dios, tal emoción fue el catalizador genético que me recombinó transformándome en niño-camaleón, con lo que podía enfrentarme a cualquier adversidad gracias a la capacidad de cambiar de color e identidad según el contexto.
Ya no era un niño-porcino. Había trascendido al Mundo de las Ánimas, allá donde no tenían acceso los poderosos. Había cruzado el límite del cuerpo y a partir de ahora era energía en estado puro… En cuestión de milisegundos mutaba de Azathot a Siddhartha, de Jesucristo a Mefistófeles, Shiva, Brama… Yo ya no era yo, era el mismo Abraxas. En mi mente cabía todo el Mal y todo el Bien. Si inclinaba la balanza hacia el Bien, como ideólogo de los niños-tritones y los niños-anfibios en la sombra, los poderosos sucumbirían por fin ante una nueva Unimente mantis justa y equilibrada, recuperando el apoyo de las larvas rosa, y trazando el plan de ruta para un nuevo Orden Mundial más justo, equitativo e igualitario.
-¡Mirad, tiene los ojos en blanco! -señalaron tres supra-mentalistas.
-¡Ha alcanzado el Nirvana! ¿Quién eres? -exclamaron ya en grupo.
-Tranquilos. Soy el final del Nuevo Orden Mundial.
Y así nacería la leyenda de Néstor, el que es recordado, ascendido a Deidad por el pueblo, que cambió el curso de la Historia para siempre.