Un arma para defenderme
que me recuerde lo que siempre seré
hasta el día de mi muerte,
que soporte fresco de hojas y flores,
Luego un día, ya seca,
entre el fuego, ardiente.
Un bastón para guiarme en el camino
que sostenga mis huesos
y me deje en el punto más alto de la pendiente,
ahí donde el viento los convierta en polvo,
ahí donde por fin he de detenerme.
Un báculo para señalar al que ha de acompañarme,
o que me distinga de aquél que habré de alejarme,
de sabia luz,
de santa oscuridad,
de inmensa conmiseración por la nada
de mis penas y mis pecados.
Una vara,
una rama seca
que me sirva de timón,
de escudo
y de muleta.
Deja una respuesta