Una llama impregnada de pasión omnisciente a mí,
enciendes,
apagas,
y vuelves a encender.
De las cenizas al carbón,
del carbón al fuego;
adrede
y sin presunción.
Yo, tumbado en el conticinio
que en mi lecho apantanado
me arrincona,
te dejo pasar
cada noche,
como el espanto y el rezo en uno,
como la peste y la cura en un tiempo.
Vuelves
a empalmar tus manos
con la concavidad hueca de mi pecho,
a incinerar este invierno,
a devolver la lluvia del suelo al cielo.
Y yo en reposo por fuera,
y mis demonios pávidos
entre alaridos, adentro,
muriendo de sofocación,
demostrando que el calor
calcina mi oscuridad
y me abre los ojos a la pasividad
—aunque efímera—
que me brinda la lumbre
que de tus caricias nace.
-LF Medina
Lumbre/Felipe Medina

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