Se hacía de noche en el poblado-granja-santuario de los Atuk, y Ojazos miraba las estrellas del firmamento en compañía de otra mantis, Laia, que le había visto nacer en la ceremonia sagrada del Vínculo.
Laia era la tía de Ojazos, que al morir su madre cuando él contaba con 9 años, se hizo cargo de su educación, tanto moral como escolástica, implicándose en una auténtica relación maternal, y no mentiríamos si dijésemos que, desde bien niño, Laia ya había advertido algo especial en el chaval, algo mágico, cuando uno destaca en todo es difícil de ocultar. Pero ella nunca había oído nada de pan-raciales en su vida, lo más que había escuchado de los eruditos mantis era que, a veces, nacían niños supra-intuitivos. Nada más.
– ¿Qué le has pedido a esa estrella fugaz? -le preguntó su madre adoptiva a Ojazos con ternura.
– ¡Que pueda recombinarme bien con una niña-pez! -gritó entusiasmado éste- Dicen que el primer anfibio traerá la Paz a CoronaTierra…
– Eso es muy digno de alabar, pero por ahora piensa en el presente. El Papa Azul ya está preparando una nueva legión de niños-reptilianos peligrosísimos para acabar con las larvas rosas y que retorne la hambruna al mundo.
Hay que evitarlo por todos los medios. Dentro de una hora hay Alta Reunión de Unimente. ¡Hasta luego, mi niño!
– ¡Hasta luego, mami!
Eduardo Ramírez Moyano
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