CORONAVIRUS IV

Y sólo quedaron los niños-porcino (afectados de neurosis crónica, autolesiones, y una mezcla de sacrificio y entrega totales), facción blanda y maleable por los poderosos, casi siempre al servicio de los niños-rata (de elevado nivel psicótico, que a veces elegían la resistencia, y otras la facción de «control y seguridad» dada su valentía) y los niños-cucaracha (dirigiendo los poderes políticos y mediáticos). Los niños-hormiga, trabajadores esclavizados manteniendo los pocos cimientos que quedaban de la sociedad aún en pie, maldecida por microorganismos mutantes sin precedentes; los niños-mosquito, poderosos explotadores de éstos (que abarcaba jueces y políticos)
Y los niños-escarabajo, nutrida y principal fuente de resistencia contra el poder, denominada con el calificativo de facción dura.
No se sabe si la influencia de las «larvas fucsia» impidieron la Tercera gran guerra, pero por algún motivo que escapa a la razón, cuando los niños-cucaracha fueron a desatar la ira nuclear, se vieron ante la «muerte fucsia», esto es, quedaban petrificados y con la piel de un tono rosado.
Alguien decidió sabiamente que, mientras «esas cosas rosas» venidas de fuera de nuestro planeta no quisiesen que nos auto-eliminásemos como especie, no debíamos hacerlo.
Un cruce entre porcino y coleóptero dio lugar a una niña-mantis religiosa descomunal del color del Arcoiris, que significaría el primer mesías de las «Larvas fucsia», una doctrina que las veneraba cual Deidad, y que con el tiempo adquiriría el tamaño de religión. Además, ya no era necesario el uso de la violencia para conseguir comida. Las Larvas fucsia, que estaban diseminadas por todo el planeta, eran bulbos gigantescos plenos de escamas, una sola servía para alimentarse una jornada entera y poseía un sabor dulce exquisito, que también hidrataba como un litro de agua del mejor de los manantiales.
Se decía que los niños-mantis religiosa poseían capacidades sobrenaturales, tales como levitar (en estados profundos de meditación), leer la mente, sanar, y algunos habían desarrollado branquias, por lo que se hablaba ya de la siguiente generación: Los niños-peces.

Eduardo Ramírez Moyano

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