Después de las plagas de niños-insecto, y tras invalidarse la vacuna, recientemente descubierta, al mutar el coronavirus en un virus más letal, el confinamiento fue mayor y las mascarillas FPP2 inservibles ahora.
Para no contagiarse del nuevo virus se necesitaba portar un coronacasco, y éstos alcanzaban un precio elevadísimo en el mercado. Fue el mayor negocio de la Historia: La venta de coronacascos. Hasta los más pobres malvendían sus únicas pertenencias para comprar su seguridad.
Ya nadie creía en sus gobiernos, y se veían grupos de adolescentes con coronacascos desvalijando supermercados, escenas dantescas cuya fama y aspecto externo daría lugar en el futuro al siniestro apelativo de niños-escarabajo.
Se sentían poderosos. Este instrumento les volvía partícipes de una élite, que no se amedrentaba ante nada.
Realmente los niños-coleóptero representaron la primera y verdadera resistencia ante los líderes mundiales. Por desgracia, los niños-escarabajo también sucumbirían en el curso de la segunda mutación del coronavirus.
Eduardo Ramírez Moyano
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