¿Cómo hablar del temor a lo divino, de la minúscula partícula que somos, del asilo cósmico que se convierte en nuestro breve hogar en un tiempo inmemorial, techo improvisado de cielo y lluvia?
¿Cómo retar esta magnificencia para sobrevivir unas horas a lo eterno? Porque esta partícula que somos, brota de las entrañas de Dios, encontrando el destello primigenio en nuestra alma, recuerdo de nuestro luminoso origen no-citadino.
Es en la finitud que encontramos la trascendencia, la humildad ante el acto de la creación y el fluir con el tiempo dado. Si no permanecemos, seremos eternos.
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