Hojitas de paja, pajitas de páramo
con un pestilente aroma a soberbia.
Siluetas pardas, sombras que se cuecen al alba.
Repites una y otra vez: yo soy el corazón de la noche.
Aves de presa persiguiendo un recuerdo,
una hormiga que siente al cosmos expandirse entre sus patas,
entre tanto ascendemos al inframundo.
La conciencia pesando en los párpados de la existencia.
El último hombre contemplando la supernova,
mientras se mofa y gustoso pone fin a su existencia.
Tazas de té a medio consumir,
profetas posmodernos que claman por Morrison.
Escribimos poesía en el país de la arrogancia,
mientras afuera un poetita llora desconsoladamente
porque acaba de descubrir su mortalidad.
Los fantasmas mueren en los faros de la noche
y las tazas de té continúan sin consumirse:
así imaginé un día cualquiera.
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