La argucia del día va más allá
de llegar improntamente.
La argucia del día es engañar
lo más rápido posible
al desconsuelo
disfrazándolo de frágil felicidad.
Es dejar que el tiempo transcurra lenemente,
así en tanto se fortalece o se diluye
(por si acaso)
un siempre latiente y anhelante corazón.
La argucia del día es ocultar la pena
mientras con disimulo siembra
por entre en algún rinconcito
del justo m(á)s suficiente jardín
coloridos pensamientos,
tantos como alegres campánulas
o eternamente frescas esperanzas,
antes del inesperado asomo de otra lluvia
o una nueva pesada nube
cuyos certeros presagios
indican de que algo terrible
todavía no termina de pasar…
La argucia del día es decir al momento justo
muy buena tardes
o muy buenas noches…
y (pasar a) retirarse,
mas susurrar cuando ya convenga,
al oído de las sombras,
que ya a ellas también conviene el merecido descanso,
y que el mejor relevo viene a ser
nuevamente este lento
aunque impronto
y siempre incierto
amanecer.
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