La arcilla de tus ojos te impide ver el desvarío del tiempo que hemos sido nosotros, hombres y mujeres con los pies fuera de la tierra; frágiles entes con los ojos cerrados y los oídos mudos. ¿Te has creído total, perenne, forma y fondo, Dios de Barro? ¡Escucha, ser humano! Te has robado los montes y los ríos, crees que son tuyos los frutos y la siembra, la tierra buena, los cielos incólumes y la mar eterna, tú, ser de existencia finita.
La eternidad te grita; detrás de ti, la imperceptible latencia vive, te invade, traspasa, te cimbra, te destruye. No es más que tú mismo, corrompido, la terrible advertencia para tus alardes de grandeza.
¡Escucha, humanidad! La vida te acoge, se regocija de ti, sublime evolución, te acuna en el suave pasto de sus praderas y alimenta tus exóticos deseos, te da de beber, te ama; no profanes, devuelve, agradece, vigila, preserva, protege. La vida te mira, pero escucha: esta es la primera llamada.
Imagen: Vista de la Ciudad de México desde el Templo del Fuego Nuevo, Iztapalapa, Ciudad de México.
Fotografía de Susana Argueta.
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