Espera de tu hijo lo mismo que has hecho con tu padre
Tales de Mileto
Mi padre me daba miedo y mi madre nos contaba historias. Él tenía una de estatura eterna y ella era de cardos de algodón. Los brazos de él, robles altísimos y los de ella, neblina lejana. Mi padre me daba miedo y mi madre nos contaba historias que lloraba como espinas difusas cuando el rostro de él se perdía en tardes que no presagiaban su vuelta a casa.
Mi padre era viento y navegamos con él los caminos de montaña y mar que nos mostró cientos de veces; nuestros pies eran diminutos, pero andaban con pasos prestos para alcanzar a ese señor. Su estatura fue a menos, pero mi sed lo volvió comparsa sempiterna de locuras y senderos propios, el compañero invisible y la charla de carretera.
Mi madre era palabra frágil. No percibió su siembra, no cosechó sus mieses, no cuidó de sus campos, pero floreció de manera eterna. Voces de antaño se distendieron por las tardes de mi infancia, tertulias de pijama y camas sin tender. La tarde huía y la noche arribaba en los días de pueblo y cuentos de orfandad que regaba por nuestras mentes. Y sonreía.
Mi padre era eterno y mi madre pluvial, él, horizonte siempre lejano, ella, arropada por lánguidas fuentes de agua que remontaron su caudal y la ahogaron en una tristeza memorial. Se fue a través de una llaga sangrante, extrañando al desconocido padre, delirando entre sombras errantes.
Mi madre era de sueños, mi padre, visceral.
De «Coordenadas de voces femeninas. Ciudad de México», La Comuna Girondo, 2019.
Imagen: Lago de Pátzcuaro, Michoacán.
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