Es agosto. El insomne. Un grito en plena avenida. Una viuda llorando en la banqueta.
La noche se esconde. El letrero sucio de la Rue. La calle de enfrente.
La tabaquería de Pessoa. Polvo y ceniza en la ventisca que golpea tu reducto.
La viuda continúa llorando. Seres extraños bajo la lluvia. Observo a Morrison en sus rostros.
Una vez más La Rue. Cortazar y la Maga discutiendo al fondo.
Los cronopios y las famas bailoteando en sus narices. La tiranía del tiempo en tus ojos.
Allá en lo alto, percibo la niebla púrpura de Hendrix mientras me ahogo en Woodstock, el último.
Dios, mofándose en el cosmos. Robert Johnson pactando con el diablo en Mississipi.
Cruce de caminos. El trino del diablo. La quinta disminuida. El primer hijo del blues.
Borges, sentado en un banco al norte de Boston, intercambiando impresiones con su otro yo.
Benedetti, pasea por Manhattan buscando a su Luz, mientras Bolaño y Kafka, desde Central Park contemplan el fin mundo.
Me muevo, percibo tu sombra. Extiendo tu silueta. Levanto tu falda. Me oculto en tu sexo.
Mis manos recorren tus piernas, la enarmonía del universo estallando en tus tímpanos.
Aurora, luz viva y polvo. Estela de recuerdos. El grito del insomne. El cosmos se termina.
Desde Alejandría, Hipatia descubre el velo del infinito.
La caída. Finalmente, la expulsión del paraíso
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