No sé cuántas veces recitaré una carta de despedida sin siquiera a verme marchado aún. He tenido esa sensación de que es hora… hora de irme lejos, pondría de ejemplo huir al otro lado del mundo si eso fuera posible.
A veces frío, y otras veces derritiendo el mismo hielo que has dejado. Intento encontrar una buena respuesta en mi cabeza del porque seguimos escalando esta montaña que ni siquiera nos ha llevado cuesta arriba, solamente nos hace ir hacia atrás sin siquiera tener un pasado. Constantemente el aire fresco ayuda a flotar las decisiones, pero ¿Cómo decidir si no hay una razón para hacerlo?
Me has condenado a infinitos rompimientos, y e aquí me sigo construyendo para ti.
Nos convertimos en ese castillo de arena que el mar se encargó de arramblar.
Me cuestiono el echo de que cerrar una puerta para abrir otra es lo correcto, pero tantas veces me confundo con cual es la puerta que cerrará todo aquello que me lleve a ti.
He corrido por la orilla de la playa sin perderle la pista a la orilla para poder llegar lejos, siempre estás en cada ola que chispea mis pies, mirándome de esa manera suplicante para que me adentre a las aguas cristalinas, y lo he hecho tantas veces, pero el agua no ayuda… cada vez es más agresivo el hecho de querer llegar un lugar que no es el destino.
Entonces el caos se muestra; son tantas puertas abiertas, y cada una posee una luz cegadora. ¿Quién diría que tanta luz llevaría consigo tanta ofuscación?