Al principio de la nada
Erebus soltó la luna
sobre el oscuro infinito
para que Miraluna jugara.
Su hija consentida,
a quien de un soplo
cubrió la mirada.
poniéndola a salvo
de que incendiarias lágrimas
la podredumbre del universo
le provocara.
Miraluna con su voz iluminaba
tan intenso y tan lejano
como lámpara de Hemera,
tal que entre estrellas y planetas
jamás se perdiera.
En un rincón de la Vía Láctea,
Tellus lloraba desconsolada,
con cataclismos y huracanes
Helios le castigaba.
La niña en su propia piel su dolor percibía
y en su órbita se quedó a consolarla.
© Carmen Asceneth Castañeda
