Bajo el sol del mediodía,
como cactus,
sin poder moverme por exceso de calor.
Sobre la tierra,
encajada como piedra,
sin esperanza de quedar libre para rodar.
Frente al mar,
perdida entre las arenas,
una sola, la más pequeñita, sin saber nadar.
Al lado de la montaña,
sin raíz, en un añejo tronco húmedo de invierno
que ya no cobija y que por las noches suele crujir.
Dentro de la lluvia,
a ratos descalza, a ratos inmóvil y a ratos cansada.
No atino a mover los pies para echar a andar.
No me responden las alas,
no tengo aletas, no encuentro muletas,
no hay una rama que me sirva como bastón.
Estoy varada
inmovilizada por el miedo, el viento, el agua…
y un diminuto monstruo que se me ha instalado bajo la piel.
© Carmen Asceneth Castañeda
Me parecía estar varada ahí, quieta, sin poder casi moverme mientras te iba leyendo. Estupendo poema.
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A veces una se siente así… Gracias por comentar Genista 77. Un abrazo
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